Llega por fin la conclusión a la Crónica de Queitaris. En este último capítulo, el sabio Subödai nos conduce por los últimos doscientos años de historia queitari, relatando la fundación del Foederus y el advenimiento de los Arcontes. Por desgracia, Subödai concluyó su obra durante los primeros años del arcontado de Soloscrán, por lo que no pudo glosar los terribles sucesos que ocurrieron posteriormente, ni los años que preceden a la época en que se inicia El Héroe Durmiente. Quien quiera enterarse de más cosas, deberá acompañar a Erban en sus aventuras ;)
“Y así, de entre los despojos de
un mundo arrasado por la guerra, ahíto de sangre y sin ningún poder emergente,
se alzó Queitaris. La Ciudad Eterna, la más populosa de toda Helárissos, era un
faro de riqueza, cultura y prosperidad que destacaba todavía más sobre las
cenizas de conflictos pasados.
La Polis, crisol de todas los
pueblos y culturas del continente, tenía
al frente a Parnicles, el filósofo, investido como Pritán por la Eclessía. El
sabio político pronto dio muestras de gran astucia al firmar múltiples acuerdos
y alianzas que fortalecieron más si cabe la posición de Queitaris. Fue él quien
logró la lealtad de la célebre Hermandad de las Guardianas de Hacra,
ofreciéndoles un nuevo hogar en la ciudad y convirtiéndolas en la guardia de
élite de Queitaris.
Parnicles también consiguió firmar
con la Confederación de Puertos y los soberanos de Punnaq un beneficioso
tratado comercial. Junto con las grandes obras realizadas en el Oleuteris en
ese tiempo, estas alianzas aportaron a Queitaris grandes riquezas y un flujo comercial
sin precedentes. Como dijera el sabio filósofo Sácrimo un siglo atrás: ‘el
verdadero poder de un imperio no mora en los corazones de sus soldados sino que
florece en la astucia de sus mercaderes’.
De este modo, durante los veinte
años de gobierno de Parnicles y sus compañeros ediles, Queitaris afianzó su
posición dominante sobre un continente sediento de paz. Y en verdad la paz
había llegado tras los terribles estertores del Gran Ducado, pero era una paz
de cenizas y despojos: Kemoia había contenido a los fanáticos a costa de graves
pérdidas; Alberanir se veía todavía sacudido por luchas internas entre barones;
Áquiros era de nuevo una nación unificada, si bien apenas un vestigio de
pasadas glorias; Punnaq se había aislado en sus islas, sus navegantes y
comerciantes ahuyentados de las costas. En cuanto a la Marca, allí cundía el
hambre y la pobreza entre pueblos desperdigados y tribus sin señor.
En esta situación la Ciudad
Eterna podría haberse convertido en el corazón de un nuevo Imperio. Pero
Queitaris no estaba llamada a emprender un camino de conquista, sino a forjar
una primacía basada en la alianza y el arbitraje, sustentada por su influencia
cultural, su poderío comercial y los mitos legendarios en torno al Cognós.
Parnicles ya había dado pasos en este sentido, pero fue su sucesor, el culto
Teósimo, quien terminó de dar forma al nuevo orden en Helárissos.
Así pues, desechada la vía de la
espada, la consecuencia del apogeo de Queitaris era inevitable. La influencia
de la Ciudad Eterna creció hasta permitir a Teósimo y a la Eclessía mediar en
muchos conflictos y establecer pactos que, poco a poco, dieron forma al
Foederus. Así nació la solemne alianza de todas las naciones de Helárissos,
unidas en una liga entre iguales bajo la supervisión de un árbitro electo: El
Arconte.
De común acuerdo se fijó la
residencia de este árbitro en Queitaris, aunque, ¿cómo podría haber sido de
otro modo? El cargo, vitalicio, era otorgado por una asamblea de legados de
todos los miembros del Foederus, incluyendo Áquiros, Kemoia, Alberanir, Punnaq,
la Confederación de Puertos y una coalición de ciudades y pueblos de la Marca.
El papel del Arconte era el de mediar entre los miembros del Foederus y buscar
una salida pacífica a cualquier conflicto, respaldado por el poderío y la
influencia de Queitaris, la Ciudad Eterna.
El primer Arconte electo fue un destacado
miembro de la Eclessía, nieto de Parnicles el Sabio: Arosgeles Parnío. Con él
comenzó la larga estirpe de los Arcontes, que habrían de regir los destinos de
toda Helárissos desde su sede de Queitaris, no como duques o emperadores sino
como árbitros y consejeros respetados. Nunca antes se había visto algo así en
toda la historia de Helárissos, y para muchos de los que vivieron estos
primeros años gloriosos bien parecía que se había alcanzado la culminación de
todas las cosas, el cénit de la civilización.
Pero no hay obra humana libre de
corrupción ni logro que no se malogre con el tiempo, como bien sabemos los que
dedicamos nuestros humildes esfuerzos al estudio de la historia. Al fin y al
cabo, hasta el más sabio y honesto de los Arcontes no es más que un hombre,
sujeto a las mismas debilidades y vaivenes. Diecinueve han vestido el manto
plateado del Arcontado durante los últimos dos siglos, cada uno hijo de su
tiempo y preso de sus circunstancias. Algunos hicieron honor a la dignidad de
su cargo sagrado y mantuvieron y reforzaron el Foederus. Otros abusaron de su
posición y debilitaron la solemne alianza hasta casi romperla.
Los niños que crecen hoy en
Queitaris aprenden estas historias desde muy jóvenes. Conocen la osadía de
Arosgeles II, bajo cuyo arcontado se produjo la llegada de los moijures que
invadieron la baja Alberanir: Tras una cruenta guerra, el Arconte logró
contenerlos e incorporarlos al Foederus. O la codicia de Milírigues I, que usó
su posición para llenar sus bolsillos a costa de los comerciantes del
Oleuteris, provocando una grave crisis que se saldó con su expulsión y el
nombramiento de un nuevo Arconte.
Así, los últimos doscientos años
no han estado exentos de conflictos. Algunos, sobre todo en Áquiros, se quejan
de que la mayoría de los Arcontes son oriundos de Queitaris y que la Ciudad
Eterna tiene demasiada influencia en su elección. Tal vez haya algo de verdad
en ello, y bien cierto es que incluso los más honestos han favorecido
especialmente a Queitaris. ¿Pero cómo culparles, si hasta el más sabio y
comedido de los hombres se vería deslumbrado por el esplendor de esta bella e
incomparable ciudad, perla de Helárissos?
Pero el historiador que se precie
de serlo debe traspasar los velos del engaño, incluso los que uno mismo arroja
sobre sus ojos, para desentrañar la verdad de los actos humanos. Los últimos Arcontes
han cometido muchas tropelías e iniquidades que no deben ser olvidadas. Milírigues
III, de infausta memoria, gobernó con hechuras tirano, y trastocó por la fuerza
una de las reglas fundamentales del Foederus al empeñarse en elegir
personalmente a sus dos inmediatos sucesores. Por sus malas artes el Arcontado pasó
de ser un cargo electo a una dignidad hereditaria, y la crisis que causó tamaña
afrenta todavía hace temblar los cimientos de la alianza entre las naciones de
Helárissos.
A Milírigues III le sucedió su
hijo Neróclito, el primero de tal nombre. Por fortuna, en este caso el hijo no
siguió el ejemplo del padre y gobernó con razonable justicia, respetando el
Foederus y sanando muchas de las heridas que su antecesor había causado. Sin
embargo, no corrigió la mayor injusticia de Milírigues III, y permitió que le
sucediera su sobrino Verclés III. Comenzaron así los años más oscuros del
Foederus, pues este Arconte, antecesor del actual, fue en todo aspecto un
paradigma de gobernante caprichoso, arbitrario, torpe y tiránico. La lista de
sus iniquidades no tiene fin, y flaco favor haría a la mesura de este modesto relato
desgranarlas con detalle. Baste decir que sus actos mancharon la dignidad del
Arcontado hasta un punto que muchos temían irreparable, y a punto estuvo de
quebrar el Foederus y provocar una guerra.
Pero dicen los sabios que los
Dioses, aunque en ocasiones parezcan crueles, siempre nos dejan un resquicio de
esperanza. Así, incluso el largo y terrible arcontado de Verclés III llegó a su
fin, y aunque en su lecho de muerte también designó a su sucesor, éste buscó la
aprobación de la asamblea de electores, que no se había reunido desde los
tiempos de Milírigues III. De este modo el actual Arconte comenzó a remendar
las deshilachadas costuras del Foederus, y sus actos durante sus primeros años
de arcontado han traído algo de tranquilidad y mesura a Helárissos.
Y así se acerca el final de mi
humilde crónica, con el Arcontado y el Foederus que han regido los destinos de
Helárissos en una situación precaria en la que, no obstante, se atisban signos
de mejoría. En un lado de la balanza es justo disponer los dos siglos de paz y prosperidad
de los que todas las naciones de Helárissos han disfrutado bajo la égida de los
Arcontes. En el otro lado, por desgracia, debemos aceptar que los Arcontes más
recientes no han estado a la altura de sus predecesores, y sus arbitrariedades
e injusticias continuas han resquebrajado la confianza que sustenta el orden de
nuestro mundo. En el fiel de la balanza está el Foederus, y bajo nosotros se
abre el abismo de la guerra y la tragedia de épocas pasadas.
¿Qué ocurrirá en el futuro? No es
labor del historiador hacer predicciones, sino guardar un fiel registro de los
hechos pasados, sopesarlos y analizarlos con cautela y honestidad. Pero el
actual Arconte, Soloscrán, se ha mostrado firme y decidido a reinstaurar la
ancestral dignidad de su cargo, y aunque algunas de sus decisiones han sido
abiertamente criticadas (¿y qué gobernante puede jactarse de una total adhesión
a sus políticas?), en otras se vislumbra el temple y la ambición con la que se
forjan los grandes hombres. Que su arcontado sea el inicio de una nueva edad de
oro del Foederus, o sólo una pausa en una larga y triste agonía, el tiempo lo
dirá.
Pues sólo el tiempo es el
verdadero juez de todo acto humano.”
Subödai u-Xiúr
Concluido en la Biblioteca de la
Villa de Queitaris
durante el tercer año del
arcontado de Soloscrán I