7 mar 2010

La Historia de Queitaris (I): Del Origen a la Edad de Punnaq.

Sin contar las modificaciones de formato del blog (aviso que no serán las últimas, esto es un proceso lento e iterativo), ha pasado bastante tiempo desde la última entrada, así que vamos con un nuevo fragmento sobre Helárissos. Para cualquiera que ya haya leído “El Héroe Durmiente”, creo que no hay duda de que uno de los lugares más especiales que Erban visita es la mítica ciudad de Queitaris. Su historia milenaria es en cierto modo la de toda Helárissos, ya que no hay pueblo ni raza que no haya puesto sus ojos y sus deseos en la Ciudad Eterna. Para ilustrar un poco todo esto, he aquí un primer capítulo de la “Historia de Queitaris”, del insigne erudito Subödai “el viejo”. Habrá más, pero no prometo cuándo ;)

“¿Por dónde empezar a narrar la historia de la más antigua y legendaria de las ciudades? Del pasado reciente de Queitaris sabemos mucho, porque el apogeo y la caída de los Arcontes han marcado a fuego y sangre el devenir de Helárissos en los últimos tiempos. ¿Pero qué podemos decir de sus orígenes, de su nacimiento? ¿Cómo escapar de los mitos, de las fábulas que adornan el milenario acontecer de Queitaris, la Ciudad Eterna? Cuando no es posible evitar la leyenda, no hay más opción que zambullirse en su laberinto de maravillas y mentiras.
Y así, escuchando a los aedos y a los bardos aprendemos que, en el albor de los tiempos, los mismísimos Poderes Inmortales tallaron la primera piedra de Queitaris y la hundieron en la tierra fértil, haciendo brotar un pequeño manantial a cuya vera nació un olivo. Fue éste un presente de los Dioses para consagrar aquel lugar y conmemorar el Cognós, el mítico pacto con los hombres recién nacidos a la vida en Helárissos.
Con el discurrir del tiempo, una pequeña ciudad fue creciendo sobre aquel lugar sagrado. Y con cada sillar, con cada nueva columna fruto de la mano del hombre, una planta nacía y se entrelazaba con la roca tallada como prueba del favor de los Dioses. De este modo Queitaris creció y prosperó, mezcla de bosque y ciudad, de voluntad y azar.
Quiénes habitaban entonces Queitaris es algo difícil de saber. Tantos pueblos han dominado la ciudad en un momento u otro, tantas gentes han dejado su impronta mezclada con la de sus predecesores… Lo que parece seguro es que ya entonces Queitaris era un lugar de encuentro para gentes de muchos lugares, porque no hay pueblo ni raza que no atesore antiguas leyendas sobre la Ciudad Eterna.
Y aquí podemos dejar atrás los mitos y empezar a adentrarnos en la Historia de la mano de los punneq, los nativos de las Islas de Targava. Ni siquiera ellos recuerdan sus orígenes ni cuándo comenzaron a navegar el Mesogeis, pero no cabe duda de que ellos fueron los primeros en surcar las olas de uno a otro confín en sus barcos de remos. Desde su Punnaq natal recorrieron todas las costas de Helárissos, primero como exploradores, luego como mercaderes, y al fin como colonos y conquistadores.
Y así llegaron a su apogeo, alrededor de mil años antes de la caída de los Arcontes. Los punneq eran dueños y señores del Mesogeis y poseían colonias y puertos en todas las costas desde el sur del río Jebros hasta la desembocadura del Kenut. Cualquier otro pueblo capaz de desafiarles se encontraba tierra adentro, en las montañas y las grandes llanuras, muy lejos de las prósperas costas donde ellos eran amos y señores.
Pero con todo su poder, había algo que los punneq todavía no controlaban. Queitaris era ya una ciudad extensa y muy poblada, trufada de árboles y habitada por una mezcla de tribus y pueblos ahora olvidados. Y por encima de todo, era un lugar sagrado que nadie se atrevía a hollar por temor a la cólera de los Poderes Inmortales.
Hasta que un día una osada mujer, hija de una de las familias aristócratas de Targava, se convirtió en sátrapa de Icrés y por ende en una de las líderes de los punneq. Se llamaba Tínite Av’qa, y soñaba con la gloria de controlar Queitaris. Pues sólo ella entre todos los punneq había comprendido que el verdadero corazón de Helárissos late eternamente en la Ciudad Sagrada.
Guiando una gran flota, partió de Icrés y navegó hacia el norte, desembarcando sus tropas en las Playas Blancas al este de Queitaris. Los nativos queitari se aprestaron a defenderse. Avisados de las intenciones de Tínite, habían construido un muro alrededor de la ciudad, de grandes bloques de granito. Pero para sorpresa de muchos, ni un solo tallo había brotado para unirse a las rocas que formaban la muralla, como si la propia ciudad rechazara aquella defensa. Algunos incluso afirmaron que era una afrenta a los Dioses, porque Queitaris debía acoger a todas las gentes de Helárissos.
Los punneq avanzaron y pusieron sitio a la ciudad. Durante un tiempo los muros aguantaron las acometidas, pero entonces hubo un temblor de tierra y uno de los lienzos se resquebrajó y se derrumbó. Aquello pareció confirmar los malos augurios y muchos defensores dejaron de combatir, desmoralizados. Los punneq no tardaron en vencer la última resistencia y se apoderaron de Queitaris. Y en ese momento, el de su triunfo y mayor gloria, Tínite mostró una gran compasión y astucia, porque perdonó a los queitari y los puso bajo la protección de Punnaq. Así, vencedores y vencidos no tardaron en fundirse y mezclarse, como tantas veces había ocurrido y tantas veces habría de ocurrir en el futuro.
Y así comenzó la Edad de los punneq en Queitaris. Tínite renunció a su satrapía y gobernó la ciudad en nombre de Targava durante muchos años con gran sabiduría y justicia, para luego reposar bajo la tierra sagrada. Sus sucesores siguieron ampliando y embelleciendo la ciudad, dejando una profunda huella que aun hoy permanece para cualquiera que recorra sus calles. De aquella época proceden las torres de Playas Blancas, y la Plaza de los Olivos, y el viejo barrio de los mercaderes, y las casas encaladas de los artesanos.
Durante doscientos años los punneq gobernaron la ciudad, convertida en su principal colonia en el continente y en un próspero cruce de rutas de mercaderes por tierra y por mar. Y al calor de este imparable trasiego de gentes y riquezas fueron llegando a la ciudad forasteros de todos los rincones de Helárissos, errantes dispuestos a echar raíces y a mezclarse con los conquistadores y con los queitari nativos sin distinción alguna. Porque ése, dicen los sabios, es el espíritu que late en cada piedra y cada árbol de Queitaris.
Y así pasaron los años de Punnaq, y su esplendor comenzó a declinar y a marchitarse como ocurre con todo cuanto vive bajo el sol. Nuevos pueblos crecían y se fortalecían lejos del mar, y con ellos despuntaban nuevos afanes, nuevas ideas, o tal vez las mismas de siempre renacidas al calor de un fuego más joven. Uno de estos pueblos era el de los aquíreos, una tribu asentada en la villa de Táberis, al norte. Habían aprendido mucho de los punneq y se habían librado de antiguos déspotas y tiranos para gobernarse a sí mismos en asamblea. En pocos años sometieron a muchas tribus cercanas y formaron un gran pueblo, Áquiros, destinado a desafiar a Punnaq y a escribir un nuevo capítulo en la historia de Queitaris y de toda Helárissos…”

Subödai u-Xiúr

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